¿Es el TESLA DINER el nuevo Delorean de la gastronomía retrofuturista? El restaurante TESLA de Los Ángeles mezcla hamburguesas, patines y ciencia ficción
El Tesla Diner es una fantasía retrofuturista con sabor a autopista y neón. 🌃 Un restaurante con supercargadores, camareras en patines y películas desde el coche.
Hace tiempo, mientras cruzaba Los Ángeles con esa mezcla de ansiedad y café frío en el cuerpo, vi una luz de neón brillar como si fuera un espejismo sacado de un sueño febril. Estaba justo al borde de la autopista, entre un concesionario de lujo y una gasolinera cerrada. Pero no era ni una cafetería cualquiera ni un concesionario más: era el restaurante TESLA, la nueva criatura de Elon Musk, esa mente que parece mezclar cómics de los cincuenta con software del futuro. Allí, bajo un cielo cargado de humo y palmeras, se alzaba una estructura que parecía una mezcla improbable entre el autocine de “Grease” y las lluviosas calles de Blade Runner.
No supe si echarme a reír o pedir una hamburguesa doble.
“Un Diner con wifi y distopía”
“Blade Runner con ketchup y patines”, así lo describió alguien a mi lado, un tipo que hablaba por teléfono mientras conectaba su Tesla al supercargador. Y no estaba tan equivocado. El Tesla Diner no es solo un lugar para comer, ni siquiera para cargar el coche: es un espectáculo montado sobre ruedas, con camareras que se deslizan como si fueran parte de un musical de Broadway pero en versión eléctrica. Mientras tanto, una pantalla gigante proyecta clásicos de los años dorados de Hollywood y algunos futuros distópicos para condimentar la espera.
No se trata solo de comer. Aquí, uno viaja sin moverse, en un menú que combina papas fritas con ciencia ficción. Todo suena como un homenaje melancólico al pasado, pero con el sonido digital de los cargadores zumbando a lo lejos. Como si el futuro, en realidad, solo fuera una versión actualizada del ayer.
“El pasado era mejor, pero el futuro será más sabroso”
Cuando el gusto por lo retro se encuentra con la obsesión por el control
La idea, dicen, nació en una servilleta durante una reunión con diseñadores. Elon Musk —ese eterno niño con juguetes caros— quería montar un restaurante que mezclara el ADN de Tesla con la estética de los diners de los años 50. El resultado es una especie de Delorean comestible, donde puedes recargar tu batería y tu nostalgia al mismo tiempo.
Pero, como todo lo que toca Musk, el Tesla Diner no es inocente ni neutral. El proyecto ha sido criticado tanto por chefs de renombre como por usuarios de redes sociales. Caroline Stein y Susan Goin, por ejemplo, rechazaron participar en el menú inicial, señalando “diferencias creativas” y “desacuerdos con la figura de Musk”. Traducción libre: no querían mezclar foie gras con flamantes algoritmos de optimización. La crítica gastronómica, siempre lista para batallar, no tardó en calificar el sitio como un “parque temático sin alma”. Y sin embargo, ahí estaba yo, saboreando una hamburguesa mientras veía cómo un grupo de veinteañeros se hacía selfies con sus Model Y.
¿Cultura pop o distopía comestible?
Hay quien lo llama experimento cultural. Otros prefieren hablar de un “prototipo replicable de lujo”, como lo definió Max Block, un urbanista que ve en esta mezcla de autocine y restaurante una nueva manera de entender la ciudad. Ya no se trata solo de caminar ni de sentarse: el consumidor moderno quiere experiencias, no solo servicios. Quiere recuerdos en streaming y comida enmarcada para Instagram.
Y claro, el Tesla Diner ofrece eso. Porque en esta era en que las ciudades pierden sus esquinas y los restaurantes se llenan de pantallas, un lugar como este parece más bien un espejismo con conexión wifi. Puede que te rías de su pretensión retrofuturista, pero igual haces cola para entrar.
“La nostalgia vende, pero el futuro factura más”
Filosofía de autopista y hamburguesas con software
¿Quién decide cómo debe ser una ciudad moderna? ¿El urbanista o el programador? ¿La camarera en patines o el algoritmo que calcula el tiempo ideal de recarga? En el Tesla Diner, esas preguntas flotan en el aire junto con el olor a papas fritas y la música de fondo de una vieja jukebox digitalizada. Todo suena a contradicción, pero también a coherencia: un mundo donde la gasolina ha sido sustituida por electricidad, pero el menú sigue ofreciendo “shakes” y “burgers” con nombres que suenan a rockabilly.
No es casual. El restaurante no cierra nunca, está abierto las 24 horas, como si el tiempo también hubiera sido abolido. Puedes ver una película desde tu asiento, encargar tu comida por una app y comértela sin salir del coche. Es un nuevo tipo de soledad compartida. Como si estuviéramos todos juntos… pero separados por el parabrisas.
“Comer sin bajarte del coche. Ver cine sin hablar con nadie. ¿Eso es el futuro?”
Lo irónico es que, pese a las críticas, muchos consideran este modelo como el nuevo estándar urbano. Lugares donde la experiencia importa más que el contenido, donde la decoración tiene más likes que el sabor del pan. Y sin embargo, cuando pruebas una hamburguesa con queso cheddar y cebolla caramelizada mientras ves una escena de “Rebelde sin causa”, algo se activa. No sé si es el estómago o el alma. Quizás ambas.
“La verdad espera. Solo la mentira tiene prisa.” (Proverbio tradicional)
Hay algo profundamente humano en querer unir pasado y futuro en un solo bocado. En buscar en una hamburguesa la memoria de algo que quizás nunca existió. Porque el Tesla Diner, con toda su tecnología, su eficiencia y sus camareras de sonrisa estandarizada, no deja de ser un simulacro, un decorado sobre ruedas. Pero, ¿acaso no lo son también nuestras ciudades?
“El futuro no necesita cubiertos. Solo una buena batería y un retrovisor bien calibrado”
“Los lugares también tienen alma. Aunque esté hecha de plástico y neón”
No sabemos si el Tesla Diner será un modelo que se multiplique como una franquicia o una pieza de museo viviente que los turistas del mañana recordarán en sus metaversos portátiles. Pero lo que está claro es que, por ahora, es un espejo extraño donde nos miramos sin saber muy bien si reírnos o aplaudir.
Y tú, ¿te subirías a este Delorean gourmet? ¿O prefieres seguir comiendo sin wifi y sin hologramas?
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