¿Por qué todo el mundo habla de MERCANTIC en Sant Cugat? MERCANTIC es mucho más que un mercado vintage con food trucks
Mercantic es una de esas palabras que parecen haber nacido para ser pronunciadas con entusiasmo y descubiertas con ojos bien abiertos 😍. Y es que Mercantic no se visita, se vive. Un rincón de 15.000 metros cuadrados que parece una alucinación retro con banda sonora de vinilo, aroma a pan recién horneado y una pátina de polvo romántico sobre cada lámpara, cada silla, cada libro de segunda mano.
La primera vez que escuché hablar de Mercantic fue en una conversación de café, de esas en las que alguien suelta: “Tienes que ir. Es como entrar en otro mundo.” Y lo era. O mejor dicho, lo es. Porque Mercantic no ha dejado de mutar desde que Octavi Barnils decidió que los hornos cerámicos de su abuelo podían convertirse en cápsulas del tiempo cargadas de futuro.
El viejo horno que quería ser un museo
Dicen que una fábrica cerrada es un susurro triste en mitad de la ciudad. Pero también puede ser el punto de partida para algo tan inesperado como este mercado delirantemente creativo. Corría la década de los noventa cuando Octavi, hijo de una familia que venía de moldear barro y azulejos, decidió inspirarse en la feria de Isle-sur-la-Sorgue y darle una segunda oportunidad al ladrillo y al polvo. No solo abrió un mercado, abrió una puerta temporal.
“La memoria industrial no se demuele. Se reinventa.”
Lo que en 1956 era una factoría llena de obreros y hornos, hoy es un laboratorio cultural con más de 100 comerciantes, food trucks que rotan como las estaciones, talleres de restauración donde se curan las cicatrices del pasado, y conciertos al aire libre donde hasta los perros mueven la cola al ritmo del jazz.
¿Qué tiene Mercantic que no tenga nadie más?
Para empezar, tiene historia. Pero también tiene presente y muchísimo futuro. En tiempos donde todo parece uniformarse, Mercantic es un acto de rebeldía estética. Aquí nada es igual a nada. Un sillón de terciopelo convive con un juego de café de porcelana checoslovaca, mientras un librero te habla de primeras ediciones como quien cuenta secretos.
Pero lo que de verdad lo distingue no es lo que vende, sino cómo lo cuenta. Cada objeto tiene una historia, y cada comerciante, una forma de narrarla que mezcla pasión, nostalgia y sabiduría. Uno no compra cosas, se lleva relatos.
“El alma de los objetos viejos es el mejor antídoto contra lo efímero.”
Y por si fuera poco, mientras eliges una lámpara art déco o una silla escandinava, puedes escuchar un vinilo en directo, comerte un bao de calamares en tempura y terminar el día en una charla sobre Bauhaus o en un microteatro clandestino en alguna caseta.
Sant Cugat nunca soñó con ser Brooklyn, pero le salió Mercantic
En una ciudad marcada por la tranquilidad residencial, Mercantic estalla como una anomalía deliciosa. Está en una antigua avenida industrial, Rius i Taulet, y tiene ese aire de “oasis secreto” que tanto buscan los urbanitas con alma bohemia. Pero aquí nadie finge. No hay pretensión, solo autenticidad bien curada. Y eso, en tiempos de filtros y posturas, vale oro.
Llegar es facilísimo: en tren desde Barcelona te plantas en treinta minutos, y si vienes en coche, el aparcamiento gratuito parece sacado de un sueño logístico. Una vez dentro, no hay ruta ni orden. Se pasea. Se descubre. Se deja uno llevar por los olores, los colores y esa música que no sabes de dónde viene pero que parece acompañarte todo el rato.
El futuro es de segunda mano (y Mercantic lo sabe)
Lo vintage ya no es una moda. Es una forma de mirar. Y Mercantic se adelantó al boom del mercado de segunda mano como quien se planta una flor en el ojal antes de que florezca la primavera. Desde 2019 hasta hoy, el sector ha pasado de mover 28.000 millones de dólares a más de 197.000 millones, y lo que viene no es menor: se espera que roce los 350.000 millones para 2028.
Como se detalla en este informe de referencia, la moda, el diseño y el consumo de objetos con historia viven un auge sin precedentes. Y Mercantic es la versión catalana —y mejor organizada— de esa tendencia global.
Comer, restaurar y volver a empezar
Los fines de semana, el lugar se transforma. Hay food trucks que parecen diseñados por Wes Anderson, hay panaderías con pan de masa madre digno de novela, y hay zonas chill para los que prefieren leer bajo una sombrilla vintage con un vermut en la mano.
La experiencia gastronómica es, sencillamente, parte del viaje. Hoy puedes encontrarte cocina thai, mañana bocatas de autor, pasado ceviches de inspiración peruana. Todo cambia. Todo se mueve. Todo respira.
Y mientras tanto, hay talleres donde aprendes a restaurar una silla, a encuadernar un libro o a hacer serigrafía como los viejos maestros del cartelismo. Porque Mercantic también educa, no solo entretiene.
“No es un mercado. Es una escuela viva disfrazada de feria.”
¿Y cómo se sostiene todo esto?
A diferencia de otros espacios con estética improvisada, Mercantic está diseñado con la precisión de un reloj suizo. Hay una empresa familiar que lo gestiona, selecciona a los comerciantes y cuida cada detalle. Cobran 2€ los domingos por la mañana (una ganga para lo que ofrecen), y tienen múltiples líneas de ingreso: alquiler de corners, venta de entradas para eventos privados, comisiones por talleres, cesión de espacios…
Esto no es un mercadillo con pretensiones. Es un engranaje económico que dinamiza la vida de Sant Cugat, tal como se confirma en esta nota de Metrópoli Abierta. Los bares de alrededor, los taxis, las tiendas del barrio… todos viven una segunda juventud al ritmo de este epicentro cultural.
¿Qué vendrá después? El futuro de Mercantic es retrofuturista
Ya no se conforman con ser el Portobello catalán. Quieren más. Quieren explorar la digitalización sin perder su alma analógica. Realidad aumentada para contar la historia de cada objeto, colaboración con startups que rastreen la huella de carbono de una mesa de nogal de los años cuarenta, y —atención— la idea de abrir un “Museo del Diseño Circular” con piezas únicas de todo el mundo.
Como revelan múltiples estudios sobre reconversión industrial y diseño como este, lo que está haciendo Mercantic es un caso de libro sobre cómo convertir el pasado en plataforma de futuro sin caer en el cliché ni en el postureo.
Lo vintage no es nostalgia. Es carácter.
Y eso es, al final, lo que uno se lleva cuando visita Mercantic: carácter. Un lugar donde el tiempo no avanza, se entrelaza. Donde la vajilla de tu abuela, el tocadiscos de tu tío y la lámpara de un cine de barrio olvidado se convierten en protagonistas de una historia que aún no ha terminado.
Porque no se trata solo de mirar atrás. Se trata de saber de dónde vienes para decidir, con más estilo, hacia dónde vas.
“Hay lugares que no se explican. Se visitan. Mercantic es uno de ellos.”
“Donde otros ven trastos, Mercantic ve tesoros con biografía.”
“Si no huele a polvo, no vale. Así empieza toda gran historia vintage.”
¿Y tú? ¿Te atreves a entrar en un mercado donde los objetos tienen más memoria que muchos humanos? ¿Dónde cada esquina puede esconder una sorpresa, una canción o un poema?
Tal vez no estés buscando nada… pero cuidado: Mercantic tiene la costumbre de encontrarte.