¿Es el FUTURO DEL VINO un brindis reservado solo para los mayores?

¿Es el FUTURO DEL VINO un brindis reservado solo para los mayores? El FUTURO DEL VINO se escribe en copas llenas de complejidad

El FUTURO DEL VINO no es una frase que uno suelte a la ligera 🍷. Hay algo magnético y provocador en esas palabras, algo que me hace imaginarme en un viñedo bañado por el sol, rodeado de botellas polvorientas y de conversaciones que empiezan con “¿Sabías que…?” y terminan con un descorche triunfal.

Hace tiempo escuché una frase que todavía me hace sonreír: si tuviera un dólar por cada vez que alguien me asegura que los jóvenes beberán más vino cuando sean mayores y tengan más dinero… bueno, podría permitirme beber mucho más Borgoña del que actualmente tengo en mi bodega. El FUTURO DEL VINO, como se analiza en este artículo sobre el futuro de la industria vinícola, siempre parece venir acompañado de pronósticos, augurios y profecías que flotan como burbujas en una copa de champán, esperando estallar en la realidad.

Pero aquí va un secreto que rara vez se dice en voz alta: nadie anda diciendo por ahí que los jóvenes beberán más cerveza cuando sean mayores. Tampoco escuchamos a nadie asegurar que cuando tengan más dinero, de pronto se lanzarán al bourbon y al tequila como si fueran eruditos de la destilación. ¿Por qué solo el vino carga con esa expectativa?

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Origen: The Future of Wine Depends on Keeping it Complex

Y es que el vino, para bien o para mal, se ha ganado en el imaginario popular una etiqueta poderosa: la bebida de los ricos, de los sofisticados, de los intelectuales. Es ese líquido rojo, blanco o rosado que —al menos en los estereotipos— llena copas de cristal fino mientras se discuten novelas francesas, arquitectura barroca o el último viaje a la Toscana. Como se explica detalladamente en este análisis sobre el declive del interés juvenil, no es que el vino haya perdido atractivo: es que los jóvenes simplemente tienen más opciones baratas.

El vino no es solo bebida, es conversación líquida”, me dijo una vez un sommelier mientras reía suavemente, dejando que su copa girase entre los dedos. Pero también es una industria atrapada en su propia imagen.

Si uno examina cualquier perfil demográfico de los bebedores de vino, se encuentra con un patrón casi inmutable: tienden a ser personas mayores, mejor educadas, de clase media-alta o superior. No era diferente en la época dorada del vino, allá en los ‘90s y ‘00s, y no lo es ahora.

Hoy los jóvenes beben menos vino que sus padres y abuelos, pero no porque hayan perdido el gusto, sino porque tienen muchas más opciones baratas a su alcance. El vino no se ha vuelto menos atractivo; simplemente, las alternativas abundan y son más asequibles, como se destaca claramente en este texto sobre las tendencias de consumo.

La complejidad del FUTURO DEL VINO es su fuerza, no su debilidad

Algo fascinante sucedió entre los años 80, 90 y 2000: tanto la industria del vino como sus fieles bebedores abrazaron la complejidad del producto con los brazos abiertos. A medida que más gente se interesaba, el mercado alimentaba esa curiosidad con detalles cada vez más finos sobre terroir, historias de cosechas, composición del suelo, diferencias entre barricas de roble americano y francés, y las maravillas ocultas de procesos como la fermentación maloláctica.

¿Y qué hicieron los consumidores? Se lo bebieron todo. Literal y figuradamente.

Compraron libros, suscribieron revistas, se sumergieron en artículos técnicos. Inventaron el “turismo del vino”, lo que llevó a listas de correo exclusivas y a la explosión de ventas directas al consumidor. Los pasillos de vino en los supermercados dejaron de ser simples góndolas para convertirse en laberintos de etiquetas y regiones.

Mientras tanto, el gremio no se quedaba atrás. Surgieron más Masters of Wine, más sommeliers, más diplomas de WSET. Era como si el vino dijera: “¿Te interesa? Pues toma, aquí tienes más detalles, más capas, más mundos”.

“El vino es el único arte que se bebe”, me gusta repetir cuando alguien intenta comparar la experiencia vinícola con la cerveza, los licores o la sidra. Porque, seamos honestos: ni la cerveza ni el whisky ni el ron han generado un ecosistema tan vasto y estudiado como el del vino.

El FUTURO DEL VINO no es simplificarlo, es honrar su diferencia

En el mundo del marketing, siempre se dice que un producto debe diferenciarse de sus competidores y convertir esa diferencia en un beneficio. Esto sigue siendo cierto, y es crucial recordar que lo que distingue al vino de otras bebidas alcohólicas es precisamente su riqueza cultural, agrícola y creativa.

Por eso, cuando escucho que algunos estrategas sugieren “hacer el vino más accesible a los jóvenes”, me invade el escepticismo. Porque para lograrlo, habría que abandonar décadas de marketing exitoso, y dirigirse a un público que, históricamente, nunca ha sido ni tan inclinado ni tan económicamente apto para adoptar el vino como lo ha hecho la audiencia tradicional: adultos mayores, educados, acomodados.

El vino es una aspiración embotellada”, dijo un viejo mentor de la industria. Pero también es un recordatorio de que hay momentos en la vida para cada cosa. ¿Qué pasa si, como ha ocurrido durante generaciones, las personas en sus treintas tardíos, ya con carreras estables, son quienes naturalmente se vuelcan al vino? Tal vez el verdadero tesoro no esté en tratar de enganchar a los veinteañeros, sino en cautivar a los cuarentones que empiezan a vivir sus sueños con más fuerza.

“La paciencia es la madre del vino fino” (Refrán tradicional)

Imagina por un momento lo que implicaría hacer del vino algo “cool” entre los jóvenes. No bastaría con una campaña publicitaria brillante. Haría falta convertir a Zendaya, Timothée Chalamet, Beyoncé, Greta Thunberg, Olivia Rodrigo y a sus futuros hijos en entusiastas bebedores de vino. Haría falta que Taylor Swift lanzara un canal de TikTok dedicado exclusivamente a catar uvas.

Yo, por mi parte, me apunto a esa misión… pero solo si puedo llevar una copa en la mano mientras tanto.

Más importante aún, ¿quién será el valiente que sugiera abandonar el rasgo más bello del vino, el que lo hace único frente a la competencia: su deliciosa, desafiante, compleja naturaleza?

“El vino enseña más que mil palabras” (Proverbio antiguo)

Para quienes se preocupan por el famoso “gatekeeping”, les dejo una idea para reflexionar. La vida tiene sus etapas, y con los años llegan la sabiduría, el gusto por lo refinado y el deseo de perseguir cosas más sofisticadas. No hace falta forzar la máquina. El vino sabe esperar.

“El FUTURO DEL VINO no necesita ser viral, necesita ser eterno”.

Al final del día, me pregunto si no será mejor dejar que el vino siga su curso, que siga siendo ese objeto de deseo, esa joya líquida que se descubre cuando uno está listo. Porque tal vez el verdadero misterio no es si los jóvenes empezarán a beber más vino, sino si nosotros sabremos mantener viva su magia para cuando ellos decidan llegar.

¿Qué opinas tú? ¿Debe el vino rendirse a las modas juveniles o seguir confiando en su fuerza atemporal? 🍇

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JOHNNY ZURI

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